Uno de los lugares más míticos que se pueden visitar hoy en día es el Machu Picchu, en la cordillera andina, en el corazón de Perú. Este es un lugar venerado por arqueólogos, historiadores, viajeros diversos e incluso para amantes de lo desconocido, que le atribuyen propiedades místicas.
Patrimonio de la Humanidad desde 1983, todavía hay mucha discusión sobre qué papel jugó esta ciudadela dentro del Imperio Inca. Uno de sus grandes valores es que, al no ser descubierta durante la invasión española, permaneció intacta desde que los incas la abandonaron con destino desconocido, por allá el siglo XVI. De esta forma, fué únicamente la selva que la colonizó, y la ocultó a los ojos humanos hasta que la expedición del arqueólogo Hiram Bingham en 1911 la redescubrió finalmente para el mundo occidental.
Machu Picchu se encuentra a unos 2200 metros de altitud, y se puede llegar recorriendo los 130 km que la separan de Cusco (Qosqo, a unos 3400 metros de altitud) con un tren bastante especial que nos dejará al pueblo de Aguas Calientes. Por lo tanto, el entorno de Machu Picchu dispone de una vegetación mucho más abundante que la zona de Cusco, aunque el escarpamiento de distintos picos que la rodean provoca la impresión que se encuentra a una altitud superior. De hecho, la subida desde el río Urubamba, que transcurre ajetreado por el valle fuertemente encajonada, es bastante vertical y la carretera que sube desde Aguas Calientes es un bello ejemplo de zigzag.
Justo entrar al complejo, desde una elevación próxima, encontraremos la vista más conocida y espectacular de la ciudadela, con el perfil mundialmente conocido del Huayna Picchu al fondo. Si hemos tenido la prevención de ir pronto, con la salida del sol, podremos ver aparecer esta maravilla entre las nubes que poco a poco se retiran, perezosos.
La visita nos hará bajar hasta alguna de las puertas de la pequeña muralla, y a partir de aquí iremos descubriendo los distintos barrios (el popular, el sagrado y el noble). Se conservan con mucho cuidado las calles, las grandes plazas y los muros de las casas y palacios, aunque los tejados de paja y los elementos de madera han desaparecido para siempre. El lugar más imponente de todos es, sin duda, l'Intihuatana, una roca esculpida, sagrada, en forma de silla donde suposadamente "se ata el Sol". De hecho, se cree que servía para mediciones astronómicas relacionadas con el calendario, pero hay quien afirma que era un altar que se usaba para realizar sacrificios animales. També se puede admirar el Templo del Sol y otras estancias dedicadas a los cultos religiosos, asuntos administrativos, almacén, usos residenciales...
La arquitectura nos da el ejemplo del que fué la técnica de construcción de los incas, utilizando las piedras del entorno con habilidad, encajándolas entre ellas sin ninguna sustancia que las uniera. Las edificaciones se adaptan a las necesidades del entorno, una tierra de continuos movimientos sísmicos y tempestades terribles que llevaban riadas muy fuertes. Los muros inclinados hacia adentro, la ubicación arriba en las cimas y la absencia de alcantarillado son características clásicas de las ciudades incas.
Todo alrededor de Machu Picchu hay distintas zonas de terrazas para el cultivo, superando los importantes desniveles, que abastecían de alimentos la ciudad. Subiendo al Huayna Picchu (o Wayna Picchu) se puede tener una visión distinta del conjunto. Es una subida de mediana dificultad que se puede hacer en menos de una hora. El perfil de Machu Picchu toma, luego, la forma de un cóndor. De hecho, todas las ciudades del Imperio Inca tenían la forma del animal sagrado que le confería su personalidad (el de Qosqo es un puma o un jaguar)